Se acerca una de las épocas que más me gustan del año. Aunque en mi navideña postal perfecta particular falten algunas personas, aunque la hipocresía muchas veces se adueñe de estas fechas, aunque en el mundo cada 5 segundos la gente muera de hambre.
La pequeña Sara de sonrisa traviesa y soñadora hasta la médula, se manifiesta con más frecuencia durante el frío Diciembre.
Recuerdo como me peinaba con ilusión dos altas coletas para ir a cenar en Nochebuena a casa de mi querida Abuela. Y como con una ilusión casi sobrenatural esperaba la llegada de Papa Noel.
Recuerdo lo nerviosa que me ponía al ver a mi Rey favorito, Baltasar.
Y como me gustaba comerme las uvas al lado de mis primos que siempre me hacían reir.
Mirando hacía atrás me doy cuenta de que no he cambiado nada.
Todavía me pongo nerviosa la noche del 24.
Todavía me encanta comer castañas asadas por la calle y taparme con una bufanda kilométrica hecha por mi madre.
Me encanta que se me quede la nariz roja y fría como si de Rudolph se tratase.
Me emocionan esas cañas de Nochebuena con los amigos (con o sin taponazo en el ojo).
Me gusta pasear por las calles escuchando los villancicos rocieros de los puestos navideños.
Aún me atraganto con las uvas por culpa de mis primos.
Y aunque hay cuatro personas que no me acompañan como antaño, me gusta pensar que siguen a mi lado en cada especial momento navideño.
Todavía me siento en el sofá con una manta y un Nesquik calentito a ver una y otra vez las dos peliculas que todas las Navidades veo (Pesadilla Antes de Navidad y Eduardo Manostijeras). Y como al verlas vuelvo a ser esa pequeña niña de dos coletas y flequillo que soñaba con bailar bajo la nieve igual que ella...
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