Pensaba que Septiembre iba a ser un mes duro, pero lo cierto es que fue mejor de lo que esperaba.
Septiembre huyó de forma sutil y fortuita, pero su amigo octubre me esperaba a la vuelta de la esquina para propinarme un mazazo de realidad.
La más absoluta y des-motivadora realidad.
Lo cierto es que hay planes futuros de independencia (no muy lejanos además), pero esto de volver a casa de tus padres cuando has medio-saboreado la independencia y la libertad no se hace nada fácil.
Y lo cierto es que las discusiones con los progenitores son mínimas, pero no puedo borrar los detalles de mi antigua vida.
Añoro esos despertares fríos en los que me vestía casi metida en la cama para ir a prácticas, el descanso en el hospital con los demás compañeros, las mil y una anécdotas que siempre hacían más llevadera la jornada.
Esos Martes de cine porque sí. Andar hacía el centro de salud con mi bufanda y Django en los oídos.
Las comidas comunes, llegar de prácticas y dormirte en ese sofá que era incluso más cómodo que nuestras camas.
Añoro los partidos de la selección, los clásicos, bañarme en la fuente con mis demás compañeros atléticos.
El filosofeo a altas horas de la madrugada, los afters con macarronadas incluidas.
Despertarte a las mil y una un sábado e irte de cañeo haciendo ruta desde el Leiton hasta el centro de Plasencia.
Bebernos una botella de orujo entera mientras preparamos un juego para seguir bebiendo por la noche.
Los desayunos comunes improvisados y patrocinados por el "Sedi". Las noches viendo "Tu Cara me Suena".
Cada acontecimiento insignificante era bueno para celebrarlo con una cena o unos litros.
Los cumpleaños temáticos, las canciones del año maricastaña del mp4 de Fran.
Añoro incluso las tareas de la casa, los días de limpieza general, los viernes de peli y chucherías.
Esos domingos que nos pasábamos en pijama sin hacer nada, jugando a "que tengo en el coco" o haciendo brownies (bueno Lucia los hacía y nosotros nos los comíamos).
Jueves de increpar a "irus" con el láser después de habernos tragado dos americanadas seguidas sin pestañear. Ver película tras película sin importarnos la hora que era.
La ceremonia de los Oscars haciendo "trajes" a todo el mundo.
Las mil y una canciones que eran más bien nuestros himnos.
La semana de la graduación y ese halo especial que lo envolvió todo. Salir a correr a la isla.
Y así me pasaría una vida entera, recordando mil y un detalles, pequeños, insignificantes pero que han hecho de estos años los más importantes de mi vida. Y aunque tengo las esperanzas y las ilusiones puestas en un nuevo futuro en Noruega (si todo sale bien) en este "oasis" de mi vida no puedo evitar echar la vista atrás, no muy atrás simplemente hacia este invierno, y sentir eso de que "todo cualquier tiempo pasado fue mejor".
Pero ya veo la luz al final del túnel y se que el único sentimiento que merece la pena que me inunde cuando recuerdo todo esto, es sino otro que gratitud.
La gratitud más sincera, por haber tenido la suerte de haber vivido todos y cada uno de estos momentos.
Y ahora se sin lugar a dudas, que vendrán más, muchos más.