30 personas que en apenas 5 días conectaron de forma casi sobrenatural.
Nunca vi tanta buena energía acumulada.
Momentos en clase, entre descanso y descanso, las visitas al mágico y cautivador corazón de Santander, las noches de playa y Irish Pub, las caras de resaca a las 8 de la mañana, las comidas y cenas multitudinarias, los debates y filosofeos de madrugada...
No solo fue un intensivo de enseñanzas, fue un intensivos de sentimientos, lazos, experiencias y sensaciones.
Todavía recuerdo los nervios de aquel domingo en el tren, ¿Y si no encajo con nadie? ¿Y si paso la semana entera en la más marginal de las condiciones?
Y todavía recuerdo fervientemente como al sábado siguiente la mitad de nosotros lamentaba que aquello no durara tres semanas más, mientras que la otra mitad intentaba disimular las lagrimas que se escapaban.
No me gusta escribir sobre tópicos, pero me voy a permitir la licencia, ya que estas pequeñas cosas, estos momentos, estas nuevas experiencias son las que hacen que la vida valga la pena.
Gracias Santander por ese encanto natural que posees y gracias a mis geniales compañeros a los que recordaré siempre e inevitablemente con una sonrisa en los labios.